
HAIKUS DE LA DESOLACIÓN.
1.
La suerte está echada,
nadie frena,
nadie cede,
casi nadie escucha el lamento de la tierra
ni se compadece de la infancia masacrada.
En la orilla abismal del fin
del amor, de la vida y del mundo,
ya no cabe la esperanza.
Por eso hay que rescatar los buenos recuerdos,
un par de deseos insumisos,
tejer algún sueño utópico irredento
y ovillarlo todo
alrededor del corazón herido.
Y agarrar con la mano izquierda
media docena de semillas,
antes de cruzar el umbral
del infierno o el desierto.
Al otro lado
quizás alguien las recoja
y las siembre en un oasis.
Pero sólo quizás.
La suerte está echada.
2.
DE HECHO, YA NO HABLO.
Donde vivo,
si es que asistir al derrumbe es vivir,
el verano está preñado de tragedias.
Y no hablo de los incendios
que achicharran la epidermis de Gaia,
ni de la matanza infausta de las niñas y los niños
del pueblo de los olivos entristecidos.
Tampoco hablo de los dos millones de árboles sentenciados,
por los ecocidas que se sientan en el consejo de ministros,
en el Maestrazgo.
Y no hablo, no quiero hablar ni puedo
de que te claven silenciosas puñaladas de hielo
por la espalda.
Ni tampoco de que en tierra de invasores,
de los peores y más criminales invasores,
nos quejemos ahora de la llegada de pateras dolientes
al tiempo que aplaudimos el turismo pudiente.
No hablo del deshielo, de las lágrimas
ni del colapso de los glaciares.
De hecho, ya no hablo.
El silencio y la soledad es gimnasia re-evolucionaria,
el yoga insurrecional de los tiempos sombríos.
3.
Paseo por los paisajes de la infancia,
en todas las generaciones son un paraíso perdido,
pero la nuestra, sólo la nuestra, además, lo ha devastado.
Encinas, jaras, cantuesos, vencejos y urracas…
que tratan de sobrevivir entre basura y ruido,
entre hormigón, sequía y herbicidas.
Los humildes edificios de canto rodado y barro
han sido demolidos, y su austera belleza sustituida
por una orgía de feísmo y brutalismo arquitectónico.
Cada vez que ha llegado un nuevo alcalde
ha tenido que dejar su impronta arboricida talando,
sustituyendo sombra por cemento,
desviando y encauzando exhaustos arroyos.
De modo que nunca se ha vivido peor:
fuentes secas, sol inmisericorde sobre el asfalto,
casas asfixiantes, jardinería de barbarie…
Pero lo que más duele es la disolución de la comunidad,
la erosión de la identidad,
la cancelación de toda especificidad cultural.
Si todas las generaciones que nos precedieron
hubieran destruido así, como la nuestra,
hoy ya no quedaría nada habitable.
La buena noticia es que este medio siglo desarrollista
de petróleo, basura, cemento, ruido y veneno,
ya no se va a repetir,
ya está llegando a su fin.
Y mientras cae el imperio romano
me retiro a las catacumbas,
a recordar y cuidar las semillas del pasado
que germinarán cuando cese la pesadilla.
4.
Ya sea porque mis ancestros recorrieron el exilio por guerra,
o por esa otra guerra sin armas: el hambre,
o porque tuve que ir a nacer
a una ciudad centroeuropea
y lo mamé desde la primera hora,
me aterroriza la barbarie del racismo.
(También puede que influya el rechazo xenófobo
en que tengo que vivir donde llevo más de la mitad de mis días)
El ‘progrom’ violento que ha estallado
en uno de los países más hediondos y criminales de occidente,
o el clima xenófobo y desalmado
que se extiende como pandemia en la piel de toro,
o la guerra de exterminio a orillas del Mediterráneo…:
El esquizo-fascismo prolifera y espanta.
Este imperio romano no va caer por invasión bárbara,
sino porque la barbarie ya le habita el alma,
y todas sus élites le rinden pleitesía bastarda.
El racismo y la xenofobia es justo lo contrario de lo que necesitamos
al borde del precipicio, como estamos.
Urge comprender que todas somos hijas
de aquellas 500 madres que hace un millón de años
sobrevivieron a la edad de hielo,
todas somos, por tanto, parientes muy cercanas,
células de Gaia y por ello también hermanas
de los animales, las plantas y las montañas,
y no estamos por encima de nada, al contrario:
los animales y las plantas son los hermanos mayores,
de los que aprender,
porque llegaron antes a Gaia,
y a todas luces se conducen mejor en ella.
Por tanto, toda guerra es una guerra civil,
toda violencia un crimen contra Gaia,
y el racismo es violencia, innecesaria, inmoral.
El racismo es un pecado,
imperdonable, imprescriptible.
5.
IMPRECISAS INSTRUCCIONES PARA VIVIR EN EL INFIERNO COLECTIVO SIN SER UN DIABLO.
(ni que decir tiene que el infierno colectivo se edifica con los ladrillos de los individuales)
-Saber que, antes de que empiecen a mejorar, las cosas han de empeorar. Y estamos ahí.
-Respirar profundo como si el aire estuviera limpio.
-Encerrarse en la cueva: allí habita la luz.
-Mirar a la luna, pensar a la luna, hasta enamorarse de ella (in memoriam de Tom Spanbauer).
-Salir de la cueva sólo a atender el huerto, a cosechar las semillas, a jugar con los niños, a contemplar el vuelo de los abejarucos… y a mirar a la luna.
-Escandalizar a los ‘cuñados’ de derechas, pero sobre todo a los de izquierdas, siempre será una señal de que vamos bien. Ya no podemos seguir siendo de los nuestros.
-Abrazarse a los árboles: ellos estaban antes, ellos estarán después.
-Compadecer a los orgullosos, a los que se aferran y a las anestesiadas clases medias porque van a sufrir muchísimo cuando se enteren de que todo se va a hundir, y lo único seguro es que todas y todos nos vamos a morir.
-Tener fe: Gaia va a vencer al capitalismo, por mucho daño que este infierno aún le inflija
GAIA VOLVERÁ A HACER DE LA TIERRA UN PARAÍSO.
6.
EL ENMUDECIMIENTO DE ‘LOS JUSTOS DE LAS NACIONES’.
Contenemos la respiración a la espera de la venganza
que prepara la entidad más terrorista del avergonzado y ensangrentado Mediterráneo.
Otra andanada de odio en la hoguera del infierno,
otro aluvión de sonrisas infantiles enviadas al holocausto.
Contenemos la respiración: en todas las orillas del Mediterráneo gobiernan los terroristas.
El victimismo produce monstruos,
el victimismo provoca víctimas,
tanto en lo individual
como en lo colectivo.
Las heridas propias no sanan infligiendo otras,
ni diseñando venganzas,
ni ejecutando inocentes,
la culpa de todo la tiene Alemania.
Las heridas hay que trascenderlas,
trascender significa transformar y conservar,
hacer algo mejor con ellas,
(borrarlas es imposible, olvidarlas peligroso, proyectarlas criminal)
hay que elevarse sobre la cicatriz,
desplegando un conocimiento profundo y compasivo
desde el que descubrir que contienen una enseñanza:
mi propia vulnerabilidad y dolor es igual,
exactamente igual al de los otros,
sólo desde ahí nos es dado construir empatía, apoyo mutuo y amistad,
que son los mimbres con los que se teje la democracia.
La verdadera democracia y no este simulacro:
sin gobiernos, sin partidos, sin jerarquía, sin ejércitos terroristas.
Mientras gastamos en matarnos,
los recursos que necesitaríamos para salvarnos
del caos climático,
de la hambruna en ciernes,
de la hecatombe de los ecosistemas,
de la muerte del mar matado,
apretamos los dientes, contenemos la respiración, enmudecemos.
Mascamos la rabia también, mientras deseamos
que todos los de ahí arriba acaben,
allí y aquí,
tarde o temprano,
textual o simbólicamente,
cayendo, abdicando,
rendidos o defenestrados.
Entonces se abrirán ‘las anchas avenidas de la libertad’.
Mientras tanto ‘los justos de las naciones’ enmudecen,
de dolor, de rabia,
de impotencia,
y contienen la respiración,
afinan la compasión,
aprietan los dientes,
porque saben que LLEGARÁ LA HORA.
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