
ECO-GRAFÍAS de la montaña azul 07: Muerte, resurrección y un Chacal Dorado.
El invierno en nuestras latitudes es el tiempo de la oscuridad y la muerte en el bosque. Los robles, los castaños, los sauces y los hojaranzos pierden toda la hoja y muestran, sin pudor, la desnudez de su esqueleto de lignina.
Este era para los griegos clásicos el tiempo en que la hija de la diosa Démeter, llamada desde entonces Perséfone (la que porta la muerte), tenía que volver al reino oscuro de Hades, el dios del infierno que tiempo atrás la había secuestrado, y que sólo después de una larga sublevación y huelga de hambre de su madre, accedió a liberarla durante la primavera y el verano. Pero todos los años Perséfone tenía que volver al infierno con su secuestrador unos meses, los meses de otoño e invierno, en los que Démeter en duelo por su hija, mataba la vegetación.
Todos los inviernos están cuajados de muerte simbólica y real, pero este que acaba ahora con una rigurosa y áspera climatología, nos ha proporcionado más muerte y destrucción de la habitual, incluso más de la que podemos soportar.
Paseo por los canchales de este enclave hermoso de la montaña azul y siento al bosque literalmente aterrado (aterrorizado, pero también a-terrado, sin tierra suficiente para contener tanta emoción despiadada), como si sus raíces registraran la vibración lejana de los bombardeos sobre Gaza que ya alcanzan la potencia destructiva de 3 bombas atómicas como la de Hiroshima, o como si sintieran el sufrimiento en el otro hemisferio de los bosques incendiados de Chile, Bolivia y la Amazonía…
“Los árboles ¿serán acaso solidarios?” se preguntaba en un bello poema Mario Benedetti, hoy la ciencia botánica más vanguardista afirma que no es que sean solidarios, es que son los maestros de la solidaridad y la simbiosis (el arte de vivir: ‘bios’, juntos: ‘sym’) en la democracia de las especies que habitan y se entrelazan en Gaia.
La pregunta pertinente y agónica, hoy día, es si los últimos en llegar a esa asamblea planetaria, que somos homo sapiens, sabremos ser solidarios en esta hora crítica de la humanidad, y si tendremos la humildad suficiente que se requiere para aprender, de nuestros hermanos mayores, los árboles, a vivir en simbiosis y no en guerra entre nosotros y con los demás, como hasta ahora.
La teoría de las catástrofes explica como el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán en el otro lado del mundo. En lo personal y en lo colectivo he comprobado la validez explicativa de este ‘efecto mariposa’, así he visto a como una palabra o un gesto inconsciente acaba desatando una tormenta que destruye amistades, amores, trabajos y convierte en un infierno lo que sólo 15 días antes era un paraíso. En el nivel social ocurre otro tanto, todas podemos recordar como el estúpido gesto de unos gendarmes tunecinos incautando las verduras del vendedor ambulante Mohammed Bouazizi en diciembre de 2010, provocó primero la inmolación de este y luego una hoguera de revueltas que tumbaría en poco más de un mes la dictadura de Ben Alí, y luego prendió la llama de la Primavera Árabe, una oleada de protesta y sublevación colectiva que saltaría unos meses después incluso a nuestro insulso y aburguesado país, en eso que llamamos 15M.
¿Cuál fue el aleteo, de qué maldita mariposa, que disparó la catástrofe palestina?, ¿de verdad fue la acción criminal de los integristas retrógrados de Hamás del 7 de octubre?, ¿o fue el maltrato recibido en la infancia por un niño alemán cortito, feo y traumatizado, que apenas llegó a ser pintor de brocha gorda, soldado derrotado en la I Guerra Mundial, y luego feroz Füher del III Reich?, ¿o acaso nos tendríamos que remontar al caso Dreyfus o al nacimiento del imperialismo europeo?…
De un modo más sutil e intrincado la teoría de las catástrofes y el ‘efecto mariposa’ operan constantemente en Gaia: uno se compra una Coca-Cola porque tiene resaca, a pesar de saber que es un producto tóxico tanto simbólica como materialmente, y acaba contribuyendo con unos céntimos a la fabricación del misil que destripa a una familia entera en Gaza; otro coge un vuelo de esos baratos para irse cuatro días a la gran manzana “porque se lo merece” y pone así su granito de arena en la desaceleración de la AMOC que en una década destruirá su propio pueblo a orillas del Atlántico debido a la subida del nivel del mar y al aumento catastrófico de los eventos meteorológicos adversos…
La AMOC (Atlantic Meridional Overturning Circulation) es la Corriente Circular Atlántica, que representa ni más ni menos que el 25% del transporte e intercambio global de temperatura entre el océano y la atmósfera, entre otros efectos templa el clima de Europa y su deceleración progresiva y alarmante ha sido confirmada por los oceanógrafos, un proceso que, de continuar (y nadie hacemos nada por paliarlo sino lo contrario), tendrá efectos devastadores sobre el clima y la población europea. Para profundizar en esto recomiendo leer la última entrada blog del maestro Antonio Turiel: Si nuestra supervivencia fuera importante (crashoil.blogspot.com).
En el metasistema vivo que es Gaia todo está interconectado y coordinado: funciona una especie de “ley del karma” multinivel y súper-compleja que opera a nivel celular, a nivel biológico, ecosistémico, eco-social, climático, biogeoquímico, etc. Una ley por la que toda acción u omisión tienen consecuencias y repercusiones de largo alcance en el complejo cuerpo de Gaia, efectos y consecuencias que por definición son impredecibles por la inteligencia humana, ya que somos sólo una parte, y ni mucho menos la que gobierna, de un organismo superior hipercomplejo que posee una inteligencia superior que trabaja a nivel planetario. Es obvio que un subsistema no puede entender, mucho menos gobernar, al sistema mayor que lo contiene.
En 1990 Lynn Margulis escribía que “los animales y los demás organismos de la biota de la Tierra muestran propiedades de automantenimiento que los caracteriza como entidades autopoiéticas… mientras que la entidad autopoiética más pequeña reconocible es una bacteria, la mayor es Gaia, el sistema regulador organismos-ambiente en la superficie de la Tierra, constituida por las más de treinta millones de especies existentes”. Autopoiesis es un concepto acuñado por Maturana y se refiere a la capacidad de los organismos de auto generarse, de auto determinarse y auto regularse dentro de sus límites o bordes, sean estos las membranas de las células, las pieles y pelajes de los animales, las cortezas de los árboles y arbustos, etc. Pero creo que Margulis y Maturana estarían de acuerdo con la relectura de sus tesis que expone la feminista norteamericana Donna J. Haraway (en Seguir con el problema. Ed. Consonni), una relectura muy creativa en la que afirma que si bien somos organismos autopiéticos a cierto nivel, en realidad también o sobretodo somos organismos ‘simpoiéticos’. Simpoiesis significa ‘generar-con’, generar juntos y juntas: nada se hace a sí mismo en soledad, nada es realmente autopiético y autoorganizado sin relacionarse con los demás, “la simpoiesis abarca la autopoiesis, desplegándola y extendiéndola de modo generativo, … cuanto más ubicua parezca la simbiogénesis en los procesos de organización dinámica de los seres vivos, más enlazada, trenzada, expansiva, intrincada y simpoiética es la configuración del mundo terráneo”.
Es en este sentido, que podemos reformular la cita anterior de Margulis afirmando que la única entidad autopoiética en sentido estricto es Gaia, y todas las demás, y todos los demás, desde los ecosistemas, a los animales, plantas y hongos somos entidades simpoiéticas coordinadas por Gaia, entidades por tanto que sólo se pueden entender ‘en relación’ con las demás y con el todo superior. La propia Margulis lo reconoce indirectamente así: “de todos los organismos que viven hoy sobre la Tierra, sólo los procariotas (las bacterias) son individuales. Todos los demás seres vivos (“organismos”, como los animales, las plantas, los hongos), son comunidades complejas desde el punto de vista metabólico, formadas por una multitud de seres íntimamente organizados… todos los organismos mayores que las bacterias son, de manera intrínseca, comunidades.” Todos vivimos en simbiosis internas y con el exterior, todas somos holobiontes viviendo en el holobionte superior planetario que es Gaia.
Desde el bosque en el que trato de convivir lo más simbióticamente posible subrayamos la importancia radical de la tesis de Donna J. Haraway de que “las artes para vivir en un planeta dañado requieren de un pensamiento y una acción simpoiéticas”, tenemos que aprender y comprender que la vida en general y la nuestra humana en particular se despliega dependiendo de una increíble y polimórfica red de interacciones no sólo sociales, culturales y técnicas sino también, y sobretodo, con animales, plantas, hongos, bacterias y todas sus coordinaciones ecosistémicas. Una red que sólo ahora estamos empezando a cartografiar y desgraciadamente lo hacemos a un ritmo más lento que el de su erosión y destrucción. Esta constatación de nuestra radical y hermosa dependencia debería hacer que nos condujéramos con exquisita prudencia, honrando y mimando cada vida que tomamos, cada espacio que alteramos, cada gota de agua que utilizamos, cada molécula de oxígeno que respiramos … hasta tomar consciencia de nuestra radical vulnerabilidad y de nuestra enorme “respons-habilidad” (neologismo que tomo también de Haraway).
Volviendo a la muerte, o mejor dicho a las muertes crueles de este invierno largo, duro y desesperanzado: paseo por el bosque pase lo que pase, mientras pueda y sin ceder nunca al desaliento, contemplo los robles muertos que aún se yerguen bellos y majestuosos, pero que ya no brotarán en el inminente látigo verde de la primavera. También veo a los que agonizan e intento compadecerlos (com-padecer-con ellos). Los castaños también están en franco declive, muchos ya arrojados al suelo por el viento, incluso los resistentes enebros acusan ya síntomas de estrés… Los efectos de ese karma multinivel gaiano del que hablamos más arriba son ya heridas palpables y lacerantes en la flora de la montaña, sin necesidad de que humanos crueles y depravados le metan fuego (que también). Pero si enfoco la mirada en lo micro observo que en los troncos ‘muertos’ todavía hay mucha vida: musgos, líquenes y hongos se aferran a sus rugosas superficies, bajo las cortezas viven y se alimentan miríadas de insectos, termitas muy celosas de sus consistentes mundos trabajan afanosamente en el interior de las galerías, hay huecos que acogen nidadas de aves, aquí y allá se escucha al pájaro carpintero laborando, el trepador azul recolecta su sustento paseando arriba y abajo… A los pies de los troncos vencidos hay rebrotes muy jóvenes de los mismos quercus pyrenaica o de juniperus que vienen a sustituirlos armados de una mayor adaptación a los rigores del estío, incluso algún Almez u Hojaranzo intenta colonizar estos nichos, en este proceso dinámico que conocemos como sucesión ecológica. Aun en las circunstancias más tremendas los trabajos de Gaia no cesan, al proceso de muerte siempre le sigue la resurrección.
Resurrección etimológicamente procede del participio del latín resurgere, que significa volver a levantarse, conducirse en línea recta de abajo a arriba. En la biosfera vida y muerte están entrelazadas inexorablemente en un ciclo dinámico de creación y destrucción, de muerte que contiene las semillas y el humus de la nueva vida, de vida que contiene en su seno un programa de muerte. En Gaia la muerte está programada, esta programación se denomina apoptosis, un término de origen griego que significa desprenderse o decaer, tal como hacen las hojas de los árboles. Margulis explica que “las bacterias, los hongos e incluso muchos protoctistas eran –y son- individuos que se reproducen y no tienen una vida sexual como la nuestra. Se han reproducido sin pareja, pero nunca mueren, excepto si se les mata. La inevitable muerte celular y la mortalidad del cuerpo es el precio que algunos de nuestros antepasados protoctistas tuvieron que pagar –y nosotros lo seguimos pagando aún- a cambio del sexo meiótico… La primera enfermedad de transmisión sexual fue la muerte programada… el privilegio de la fusión sexual (el ciclo “meiosis-fecundación” con dos progenitores que se da en muchos protoctistas, en la mayoría de los hongos y en todas las plantas y animales) está penalizado con el imperativo de la muerte”. La vinculación entre sexo y muerte condensa la más contundente enseñanza sobre el ciclo de la vida y la muerte en Gaia, una enseñanza de la que nos hemos alejado y que cortocircuita nuestra infausta mirada patriarcal, ilustrada y prometeica, nuestra superstición capitalista del eterno crecimiento, nuestro culto a la eterna juventud y nuestra inútil huida hacia delante que nos conduce al abismo civilizatorio.
Vuelvo del bosque a mi cueva y traigo el alma descosida de dolor, llueven mis ojos a imagen y semejanza de cómo lagrimean las nubes sobre esta bendita montaña, este fin del invierno está siendo tan trágico, tan duro, tan frío… Una cosa es la muerte programada, la apoptosis, otra cosa es la muerte derramada. Contra la primera es inútil y hasta peligroso sublevarse, pero si no nos sublevamos contra la segunda nos convertimos en seres monstruosos. Seres incapaces de sentir y de pensar como en el retrato del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann que hace Hannah Arendt. El mal que describe Arendt no es algo extraordinario, ni siquiera enfermizo, es algo común y corriente, banal, es el conformismo con las órdenes que vienen de arriba sean estas decentes o no, es la negligencia, es la negativa a ver el mundo, es la resistencia a pensar, esto es lo terrorífico, por eso Haraway insiste: “pensar debemos, debemos pensar”.
Ese mal banal, común, corriente y vulgar son esos vecinos de Auschwitz que no sabían nada, que no veían nada, que no pensaban en el destino de los miles de seres humanos que entraban en trenes y no salían, que ni siquiera olían el hedor que salía por las chimeneas de los hornos crematorios, es exactamente la misma atmósfera inmoral y hedionda que habitamos hoy día en que todos somos vecinos impasibles del campo de exterminio de Gaza, todos y todas (menos los hutíes de Yermen) estamos deviniendo nazis por acción u omisión. ¿Qué hay en la cabeza y el corazón de ese joven soldado que dispara contra una cola seres humanos hambrientos a la espera de pan?, ¿qué tipo de persona es la que es capaz de bailar tecno y festejar después de haber bloqueado el paso de los camiones con ayuda humanitaria en el paso de Rafah?, ¿qué tipo de dolor y de odio portan esos soldaditos que ciegan con un hormigón un pozo de agua, que arrancan los olivos o consideran que un hospital es un objetivo de guerra?, pero más allá ¿qué tipo de personas somos los europeos que consentimos tener gobernantes que cooperan con el genocidio, que pagamos la munición con nuestros impuestos, que mandamos Leopards a la otra guerra infausta?. No hay lágrimas para tanta indignación.
Regreso a Haraway: “las personas pensantes tienen que aprender a llorar-la-muerte-con. El duelo trata de convivir con una pérdida y llegar a apreciar lo que significa, sobre cómo ha cambiado el mundo y cómo nosotros debemos cambiar y renovar nuestras relaciones si queremos seguir adelante a partir de aquí. En este contexto, el duelo genuino debería abrirnos a una conciencia de nuestra dependencia de y nuestras relaciones con esas innumerables alteridades llevadas al límite de la extinción… La aflicción por la muerte es un sendero hacia la comprensión del enredo de vivir y morir; los seres humanos deben afligirse con, ya que estamos dentro y somos parte de esta tela del deshacer.”
La vieja y fracasada ecología entendía y miraba –y sigue mirando, mal mirando- a la biosfera como una casa, el oikos, el hogar en griego, y ahí radica una de las principales razones de su absoluta y desesperante derrota, de esa mirada antropocéntrica, patriarcal y por lo tanto racista, colonialista y machista que a la postre ha servido a la máquina de acumulación capitalista (los discursos de lavado de cara verde de las multinacionales destructoras, el Green New Deal, lo renovable y la economía verde y circular como nueva ronda de extractivismo y rapiña, el despliegue de renovables que no lo son, la cooptación y estatalización de las luchas ecologistas…). La ecología que necesitamos ahora que ya sabemos que sólo somos células de Gaia (y no las más importantes, pero sí las más peligrosas) es una ecología que mire a la Biosfera como un cuerpo, y en esa perspectiva todo lo que hacemos mal a los otros cuerpos no sólo es un daño, sino que es un crimen y un pecado que no pasará desapercibido por la inteligencia superior y no transcurrirá sin consecuencias.
Quiero acabar con una buena noticia, con una de esas que levantan sonrisas en medio de las lágrimas, es una noticia modesta: en la asamblea de las especies peninsulares en la que normalmente ya sólo damos adioses a especies extinguidas, esta vez estamos de enhorabuena: hay un nuevo ingreso, y ni más ni menos que de un gran carnívoro: el bello y astuto Chacal Dorado. Todo indica que viene a ocupar el nicho ecológico que ha dejado el lobo después de siglos de feroz persecución, esto ya contiene una enseñanza: pese a todos los esfuerzos de los seres humanos por simplificar a su medida los ecosistemas a base de exterminio y daño, Gaia insiste en reparar las cadenas tróficas aunque sea trayendo nuevas especies desde los Alpes. En nombre de la ‘nueva ecología orgánica o gaiana’ damos la bienvenida a Canis Aureus, porque de maldecirle y exigir su erradicación ya se va a encargar enseguida esa banda de chiringuitos subvencionados que atienden a las siglas de ASAJA-UPA-COAG y la Unión, así como algunos de esos vetustos y obsoletos “biólogos” neodarwinistas que le llamarán ‘especie invasora’, expresión que se usa con demasiada profusión en los más diversos contextos por parte de especímenes de la especie más invasora e intrusa que ha parido Gaia en el Holoceno. Le deseamos larga vida, buena caza, rápida expansión y afirmamos nuestra gratitud inmensa por la labor sanitaria que el Chacal Dorado va a hacer desde la cúspide de las maltrechas cadenas tróficas de los biotopos peninsulares.
Dice el himno homérico a Gaia:
Canto a Gaia, madre de todas las cosas, la antigua
firmemente asentada en sus fundamentos, que nutre
todo cuanto hay de vivo en la Tierra;
lo que camina sobre el suelo, lo que avanza por el mar
y vuela por el aire. Todo vive, oh Gaia, alimentado por tu abundancia;
de ti nacen nuestros hijos y las generosas cosechas;
en ti está dar y tomar la vida de los mortales….
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