Eco-grafía 05. Universo fúngico: la red subterránea de la vida del bosque.

 ECO-GRAFÍA de la montaña azul 05. El universo fúngico: la red de vida subterránea del bosque.

Adoro escribir escuchando la lluvia al otro lado de la ventana de mi observatorio emocional de la disrupción climática y ecológica. No se trata de un capricho, en el pasado los días de lluvia eran la ocasión de cesar los trabajos en el campo y me concedían un espacio temporal propicio para tareas de interior como la escritura, y digo en el pasado porque si ahora sólo escribiera cuando llueve, apenas produciría unas líneas al año.

Para esta tarea suelo poner algún hilo algorítmico de música tranquila, usualmente pianos (Hania Rani, Agnes Obel, Einaudi, Joep Beving, Nils Fram…), después cojo papel y bolígrafo y me lanzo a la búsqueda de las palabras e ideas que flotan “ahí arriba” a la espera de que alguien las haga descender a hacer rizoma en el humus de las emociones y los deseos, que es la materia de la que pueden surgir la inspiración para los sueños y las utopías.

A veces las palabras tienen que esperar meses “ahí arriba” como el bosque desde el que escribo emboscado lleva meses esperando la lluvia que esta primavera no se ha dignado a brindarnos su periódico milagro.

Así que hoy escribo sin lluvia al otro lado de la ventana (pero sí con pianos) y me embarga la misma tristeza que exhalan los robles, los enebros y los castaños. La última eco-grafía fue la del pasado otoño que nos dejó un noviembre borrascoso y templado del que todavía estamos bebiendo sus aguas. Después vino un invierno sin lluvia, sin nieve, con escasísimas jornadas bajo cero, en el que fuimos incapaces de describir lo insólito y lo dramático de ver estas montañas sin su manto blanco por tercer año consecutivo, un evento que casi con seguridad no se conocía desde hace miles de años, al menos ningún anciano de estos lares recuerda haber visto en su vida tres inviernos consecutivos sin nada de nieve en estas graníticas cumbres.

En la comarca tenemos un grupo telefónico, denominado Alerta Fuego, para avisar de incendios, es de esos grupos de los que cuando te llega una notificación se te altera la frecuencia cardiaca, algo que antaño era frecuente en las semanas finales del verano y las primeras del otoño. Este año las primeras notificaciones y taquicardias entraron en marzo, lo que da buena cuenta del estrés hídrico del bosque que abriga la ladera sur de la montaña azul, pero sobretodo da cuenta de la cantidad de psicopatía que anida en nuestros congéneres, porque como explicaba el ecólogo asturiano Fernando Maestre en su blog, el problema no es tanto el estrés hídrico o la cantidad de combustible que se acumula en los bosques, “más combustible se acumula en las gasolineras y no salen ardiendo”, como nosotros: los orgullosos sapiens. El problema son los cerillazos, los incendiarios, los terroristas climáticos, los que odian el bosque y los que tienen intereses meramente económicos en que arda para cazar más y mejor, para “regenerar” pastos para su ganado, para edificar, o poner molinos de viento, o recalificar y especular con los terrenos o simplemente para hacer daño. A estas alturas tan tempranas del año ya han ardido 10.000 hectáreas en la vecina comarca de Hurdes-Gata. 10.000 hás es una cuantificación miserable y rastrera que no da cuenta del ecocidio y de la hecatombe vegetal y animal perpetrada: todavía se me saltan las lágrimas viendo una foto de como los buitres negros abandonaban sus nidos con sus pollos ante el avance de las llamas…

El problema también son las administraciones que no invierten en prevención de incendios, y digo invertir porque la protección de los bosques es una inversión y no un gasto. El problema es así mismo que la administración estatal y las autonómicas maltratan a los trabajadores de los operativos de extinción al, por ejemplo, no reconocerles la categoría de bomberos forestales que, a diferencia de los urbanos, están mal pagados pese a que su trabajo es objetivamente más duro, arriesgado y es también mucho más importante: un edificio se puede reconstruir, un bosque no, un edificio es siempre privado, un bosque siempre es de interés general y suprageneracional.

Al problema contribuye la coalición, probablemente inconsciente pero fatalmente efectiva, que conforman tertulianos, periodistas eco-ignorantes, catedráticos y biólogos neodarwinistas, todólogos, analistas de barra de bar y “sujétame el cubata”, primos de Rajoy, especialistas en gestión rural con master de la rey juancar, cayetanos, ayusos con la macetita, presidentes del PP de esos que no saben que Extremadura no es una provincia de Andalucía y otros cuñados, que van por ahí diciendo eso de que los bosques están sucios, o lo de que los ecologistas tienen la culpa de los incendios por no dejar limpiar los bosques, o que hay demasiados árboles… El otro día un antropomorfo de esta coalición se soltó la melena ecocida en uno de los periódicos más irracionales de este atribulado país con un artículo que tituló así: O talamos árboles o morimos de sed, un artículo cuyo contenido, al igual que su autor, merecen el mayor olvido. En fin: ya sabemos que puede más la ocurrencia de un cuñado que cien argumentos científicos y puede más la ceguera antropocéntrica que cien evidencias bio-céntricas, así que volvamos a emboscarnos.

Recorro el bosque, me fascina el empeño de la naturaleza en engalanarse de sus más bellos ropajes todas las primaveras, incluso aunque sea una tan tremenda como esta, no en vano los árboles son una escuela de belleza desde su nacimiento hasta su muerte, e incluso después de ella: los “cadáveres” de los árboles mantienen una estética, un olor y un aspecto agradables que ya quisiéramos para nosotros los animales.

Me pregunto cómo resisten a la sequedad los seres que habitan en el suelo, especialmente me preocupa la red de la vida subterránea que forman los hongos. El “reino” (habría que denominarlo más apropiadamente: el comunismo libertario) fúngico es tan desconocido como inmensamente importante para el dinamismo de los ecosistemas terrestres. Hay quién compara su función con internet, pero me parece más fértil y orgánico compararlo con lo que Jung describió como el inconsciente colectivo: así como los humanos estamos conectados con toda la especie (y me gusta pensar que con las otras, y más allá también con el holobionte o meta-organismo que llamamos Gaia) por la vía del inconsciente colectivo y los arquetipos que vierten sus significados y tareas en las psiques individuales, así mismo los árboles, arbustos y herbáceas conectan su vida radicular por medio de la red subterránea de los hongos. Igual que del inconsciente colectivo, como su propio nombre sugiere, somos profundamente inconscientes y sólo nos llegan atisbos de su fastuosa actividad por medio de los sueños individuales, el arte, los mitos y creencias, y los movimientos de masas, de la red fúngica sólo atisbamos sus pequeñas manifestaciones aéreas que, como Gaia diseña con tanto arte como humor y pasión, son los pequeños órganos reproductivos (muchos de ellos no en vano fálico-formes) de un organismo inabarcable y ubicuo, a los que llamamos metonímicamente setas y hongos.

El universo fúngico, al igual que el bacteriano y el de los protoctistas, no goza de mucha ni buena fama entre los animales humanos que estamos aquejados de un antropocentrismo que es una variante especialmente psicótica y narcisista del zoocentrismo. Hongos y setas fueron malditos para el imaginario católico retrógrado que los asociaba a brujería, a veneno, a droga, a la oscuridad y a lo femenino, y algo de esa fobia misogina religiosa pervive en nuestros imaginarios del siglo XXI. Los hongos siguen dándonos miedo y nuestra mirada hacia ellos tiene todavía ese sesgo de ignorancia y desprecio patriarcales. El micólogo norteamericano Robert Gordon Wasson, sin embargo, escribe: “mantengo que el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal era Soma, era kakulj, era Amanita Muscaria, era el Hongo sin nombre de los angloparlantes. El Árbol era probablemente una conífera mesopotámica. La serpiente, bajo tierra, era el fiel custodio del fruto.”

Una especie como la nuestra que apenas lleva 200.000 años habitando (de un modo manifiestamente mejorable) este planeta debería respetar y aprender mucho de hongos y setas que habitan la Tierra, y específicamente los ecosistemas terrestres, desde hace más de 400 millones de años, es decir desde que las primeras plantas salieron del mar a colonizar las tierras emergidas. El reino/comunismo fúngico tiene una función esencial en Gaia: son los sepultureros, basureros y eficientes recicladores del planeta, descomponen los cuerpos muertos (y a veces vivos) de plantas y animales poniendo los nutrientes y recursos atrapados en nuestros cadáveres en circulación nuevamente, de modo que vuelvan a estar a disposición de las nuevas formas de vida. Son “ingenieros sanitarios” dice Lynn Margulis. Son organismos auténticamente fractales de dimensiones gigantescas, de hecho, lo que nosotros vemos y llamamos seta u hongo es sólo una minúscula punta, un fruto, o un órgano reproductivo, de una red subterránea de filamentos vivos denominados hifas. Un ejemplar de Armillaria bulbosa estudiado en un bosque de coníferas en Michigan ocupa 90 hectáreas y su peso se calculó en más de 11 toneladas.

Gracias a determinados tipos de hongos llamados ascomicetos se degradan elementos tan resistentes como la celulosa y la lignina de los vegetales, o la queratina y el colágeno de las uñas y los huesos de los animales, de ese modo liberan nitrógeno, fósforo y otros elementos vitales para el resto de las formas de vida y que son específicamente factores limitantes para la agricultura, así que podemos deducir que el empleo masivo de anti-fúngicos que hace la moderna (y agonizante) agricultura intensiva e industrial es un tiro en el pie de la fertilidad de la tierra y a la larga menoscaba la propia productividad agraria. En un suelo agrario sano puede haber entre una y dos toneladas de hongos por hectárea, su red de filamentos da estructura y estabilidad a los suelos, la compactación de los suelos provocado por el uso de maquinarías cada vez más pesadas en las labores agrícolas también menoscaba la presencia de oxígeno en el suelo y esto dificulta la propagación y la labor creadora de humus fértil que realizan las redes micológicas.

Sin los ascomicetos tendríamos el planeta lleno de cadáveres de plantas y animales sin descomponer, de hecho, se maneja la hipótesis de que un retardo en su aparición en el Paleozoico es lo que originó la concentración de cadáveres de los que, paradójicamente, se alimenta nuestra economía asesina desde hace poco más de 200 años: el carbón y el petróleo. Sin la labor de descomposición de estos hongos no habría nitrógeno y fósforo en circulación en el planeta y sencillamente la vida humana y su agricultura no existirían.

Otra de las grandes enseñanzas de estas fascinantes vidas mayormente subterráneas e invisibles es su capacidad de simbiosis. La más conocida, dentro de nuestra proverbial y trágica eco-ignorancia, es la unión que establecen con algas y cianobacterias para formar los líquenes. Los maravillosos líquenes son uno de los “matrimonios” más duraderos y fructíferos de Gaia: los líquenes son seres extraordinariamente longevos, algunas de cuyas especies llegan a alcanzar hasta 4000 años de vida y tienen una función vital para la biosfera que es la descomponer las rocas y desmenuzarlas para la construcción de los horizontes fértiles del suelo, y de nuevo suministrar ese elemento vital para la vida de las autótrofas plantas y por consiguiente para los heterótrofos: el fósforo, cuyo ciclo biogeoquímico es fundamental para la vida entera del planeta, y cuya alteración antropogénica a través de la deforestación, la agricultura y el cambio climático es una de las grandes amenazas para la supervivencia de la humanidad, algo que requeriría un artículo completo.

Pero todavía más fascinante es la simbiosis que los hongos hacen con las plantas en general y especialmente con los árboles: las micorrizas. Las raíces de las plantas se enamoran de los hongos y les facilitan su unión con ellas formando las micorrizas, los filamentos de los hongos (hifas) ectomicorrícicos que son mucho más finos que las raíces más finas de las plantas son capaces de extenderse más lejos y más profundo que las propias raíces, de este modo suministran a los árboles agua y nutrientes que de otro modo estos no podrían alcanzar, a su vez los hongos reciben azúcares y ácidos grasos de las plantas, porque los hongos no realizan fotosíntesis con lo que son heterótrofos (necesitan suministro alimentario de las autótrofas fotosintetizadoras plantas) como los animales y nosotros, valga la redundancia.

Pero esta simbiosis va mucho más allá y los hongos se convierten en el vehículo de comunicación y construcción comunitaria del bosque, porque a través de la red de fúngica los árboles transmiten nutrientes e información bioquímica a los otros ejemplares de su misma especie e incluso a las de otras especies, un único árbol puede conectarse con numerosas redes de hongos diferentes, y un solo hongo puede conectarse con numerosos árboles de la misma especie e incluso de diferentes especies. Cada vez más estudios confirman que por las redes fúngicas no sólo circulan materiales y energía bio-química en forma de azúcares, sino que también circula información: árboles que se avisan de enfermedades, ataques o perturbaciones climáticas, antropogénicas u otras. Árboles ancianos que cuidan de su progenie, árboles que al morir traspasan sus nutrientes (y su amor) a los jóvenes, árboles de gran vitalidad que ayudan a los más débiles o a los que enferman transfiriéndoles agua y nutrientes, etc, El bosque se convierte en una escuela de valores comunitarios: solidaridad, apoyo mutuo, autodefensa, autogestión, autorreparación, cuidado y amor intergeneracional, diversidad, evolución (sucesión) hacia la complejidad, homeóstasis o automantenimiento para la perpetuación de la comunidad, autorregulación climática e hídrica, y en la base de este comunismo vegetal está el proletariado incansable, silencioso, feliz, de las hifas de hongos y setas. En este universo no faltan, claro, elementos disrruptores o desafiantes, hongos dañinos para las plantas que aun siendo minoría ponen a prueba su sistema inmunitario individual y las defensas colectivas del bosque, pero que paradójicamente a largo plazo también acaban teniendo una función estructurante en la complejidad de la vida y en la circulación y reciclaje de energía y materiales en el seno de Gaia.

El universo comunitario fúngico también establece simbiosis con animales como las hormigas del género Atta que los cultivan para alimentarse, son hormigas que han evolucionado exclusivamente en la América tropical y que se alimentan exclusivamente de una especie de néctar que producen las setas Rozites y Gongylphora, que a su vez no se producen sin el cultivo de las hormigas, en un claro ejemplo de coevolución y estrecha dependencia mutualista. También cooperan con insectos, aves y mamíferos que transportan sus esporas y las diseminan, o con herbívoros que ingieren sus esporas normalmente resistentes a la digestión y así son sembradas por ellos lejos de su origen.

Y por supuesto hacen simbiosis con los humanos o viceversa. Las producciones de este proletariado de Gaia más cotidianas son las fermentaciones del pan, la cerveza y el vino, están presentes en quesos, en la salsa de soja, algunos son directamente comestibles, ya sea cultivados como champiñones, shitakes, setas de chopo, etc o recolectados como boletos, trufas, senderuelas, lepiotas y amanitas, lo que además tiene la virtualidad de reconectarnos con el bosque y con nuestra profunda y demasiado olvidada memoria corporal paleolítica. De los hongos extrajimos la penicilina y la ciclosporina, o el reishi chino que goza cada día de más popularidad por sus propiedades medicinales y también obtuvimos venenos que en más de una ocasión han sido útiles a lo largo de la historia.

Lynn Margulis en un precioso artículo de 1995 titulado Del Kéfir a la muerte, explica como el kéfir es un buen ejemplo de simbiogénesis, es decir del nacimiento de un nuevo organismo por simbiosis de varios organismo más simples, el kéfir es una simbiosis creada, cultivada y reproducida por el ser humano de bacterias (lactobacillus, streptococus, etc) y hongos como cándida kéfir, torulaspora delbrueckii, klujveromices marxianus (coincidencia feliz con nuestra tesis política proletarizante fúngica) y otras hasta un total de 30 microorganismos, la gran bióloga gaiana añade “como el kéfir y como los demás organismos que están compuestos de células con núcleo desde las amebas a las ballenas, no somos únicamente un ser individual sino un agregado. La individualidad surge de la agregación, de comunidades de miembros que se fusionan y acaban unidos por materiales que ellos mismos producen”, una constatación biológica que tiene hondo significado social, y contiene un mensaje de esperanza en estos tiempos de oscuridad en que andamos buscando salidas a la crisis multidimensional, que todo indica que pasan por lo comunitario, lo cooperativo y la socio-simbiosis.

Una de las caras más creativas, mágicas, sugerentes y curativas de la simbiosis hongo/sapiens es la del empleo de hongos alucinógenos para usos psiconaúticos, espirituales, rituales o simplemente recreativos. Al respecto Lynn Margulis, otra vez, escribe “debido en parte a la capacidad de ciertas especies de producir estados alterados de la mente, los hongos nunca serán completamente eliminados del cuerpo político: representan una parte atrincherada de la vida sensible de la biosfera”. Son ya incontestables las evidencias científicas de las virtudes terapeúticas en el tratamiento de la depresión y otros trastornos psicológicos de los hongos Psilocybes, algo que los pueblos originarios de Mesoamérica ya conocían desde tiempo inmemorial, conocimiento mágico-espiritual-terapeútica de la potencia enteógena y psicodélica de algunas setas que “las brujas” europeas compartían y que pese a la intensa y cruel persecución a que fueron sometidas no se ha borrado del acervo cultural popular y campesino. Conocimientos que no por casualidad se están recuperando en estos tiempos de psicótica orfandad espiritual a la que nos ha arrojado el individualismo neoliberal.

Mientras escribía estas líneas cambió radicalmente la meteorología y pasamos de una primavera cálida y seca tan desacostumbrada como dramática a unas semanas de bajas temperaturas y lluvias a veces suaves pero más frecuentemente tormentosas, en un episodio que no contradice la disrupción climática sino que la confirma, porque tampoco es “normal” que ya en Junio se sucedan tantas jornadas de tiempo borrascoso y tormentoso, de hecho este episodio está impactando muy negativamente en algunas producciones agrarias como las de fruta de hueso. Algo que lleva avisando la ciencia del clima desde hace lustros y que lamentablemente sólo entendemos cuando nos toca el bolsillo y la despensa: el desorden climático va a impactar primero en la disponibilidad de recursos hídricos alternando sequías con lluvias torrenciales y después inmediatamente va a afectar muy negativamente a la agricultura, que nacida en las condiciones de estabilidad climática del Holoceno va a sufrir catastróficamente la ruptura de esa estabilidad, con las consecuencias lógicas: encarecimiento de los alimentos, escasez y en el horizonte: hambre.

Pero aquí y ahora, a corto plazo, estas lluvias han venido a salvar al bosque que respira en estos días aliviado, paseando por él se puede ver, oler y casi escuchar el regocijo de la vegetación y la celebración que esos seres maravillosos del subsuelo hacen del agua bendita y salvadora recibida. Es verdad que los hongos, que son de los primeros organismos del medio terrestre y llevan habitando en Gaia 2000 veces más tiempo que los humanos, son organismos muy resistentes que saben resistir la desecación y las condiciones más adversas de acidez, de falta de nitrógeno, etc, pero no merecen que añadamos al estrés climático, a las prácticas biocidas de nuestra agricultura, a la compactación, la deforestación y la contaminación con que les atacamos, nuestro desprecio e ignorante prepotencia. Dependemos más de ellos, que ellos de nosotros, son parte esencial del organismo planetario de Gaia, están la base de la vida toda, y desde esa perspectiva gaiana o eco-céntrica es nuestra especie la que es insignificante y muchas veces despreciable (véase los miembros de la Comisión Europea empeñada en atizar el fuego de la guerra nuclear). En palabras de Lynn Margulis y su hijo Dorion Sagan: “Recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el antropocentrismo ha sido barrido por otro soplo de Gaia. Este soplo, sin embargo, no debería enviarnos a nuevos abismos de desilusión o desesperación existenciales. Antes al contrario, deberíamos regocijarnos por las nuevas verdades de nuestra pertenencia esencial, de nuestra relativamente escasa importancia, y de nuestra completa dependencia de una biosfera que ha tenido siempre una vida enteramente propia”.

En este homenaje a la comunidad subterránea del universo comunista fúngico he utilizado la siguiente bibliografía:

La vida de las hormigas. Maurice Maeterlinck. Ed. Ariel (un texto bellísimo e indispensable)

La Inteligencia de los bosques. Enrique García Gómez. Ed. Guadalmazán (una obra básica de un ingeniero forestal sensible y amante de los bosques, extremo este que por desgracia no es habitual)

El suelo, la tierra y los campos. Claude Bourguignon. Ed. Vida Sana (un viejo texto pionero en la difusión de la necesidad de un cambio radical de la agricultura)

Una revolución en la Evolución. Lynn Margulis. Ed. Universidad de Valencia. (recopilación de artículos de la gran bióloga con motivo de su nombramiento como Doctora Honoris Causa en 2001 por la Universidad de Valencia)

¿Qué es la vida?. Lynn Margulis y Dorion Sagan. Ed. Metatemas (precioso libro de divulgación científica de nuestra querida pionera gaiana y su lúcido hijo que, con el anterior, es de las pocas cosas que se pueden encontrar traducidas e impresas en la actualidad, en un país con una industria editorial tan mercantilizada y eco-ignorante que no reedita Planeta Simbiótico, una obra que contiene las semillas para un mundo mejor o simplemente para un mundo habitable).

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